"La palabra dada
manifiesta la capacidad humana de afirmarse, a pesar de todas las coacciones
materiales."
No
respetar la hora en la que se ha quedado lo considero una falta de respeto
hacia la otra persona, una forma de jugar con su tiempo y de alguna manera con
la organización de sus actividades y con su vida.
Esto
que en ocasiones puede parecer tan trivial “total 10 minutos”…
o “total en un viaje de casi
cuatro horas, retrasarse una, o dos, o modificar totalmente la hora de llegada
establecida siempre con una u otra excusa” constituye tan sólo la punta del
iceberg del poco valor que damos a nuestra palabra y de lo poco que nos importan
las personas implicadas. Es como un insulto sin palabras, rectifico, un intento
de zaherir a los demás cuando lo que hace quien incumple es recibir un
boomerang de la intención de su acción.
Consideramos
la palabra dada como nuestra principal tarjeta de presentación. El valor que
doy a mi palabra es mi identidad, define lo que soy, quien soy y como me
relaciono con los demás. Define mi credibilidad, mi moralidad, establece si soy
o no digno de confianza no sólo en lo personal sino en lo profesional. Mi
palabra soy yo. Si algo puede establecer lo que valgo es la credibilidad en lo
que digo, por las implicaciones que tiene. Incluso la credibilidad en lo que no
comunico verbalmente pero transmito de manera no verbal.
Actualmente
el valor de la palabra dada está a la baja. Y no sólo de la palabra
comprometida verbalmente, sino de la escrita y concertada en cualquiera de los
medios de comunicación que nos permiten emitir nuestros mensajes sin tener
siquiera que hablar con la otra persona.
En
el ámbito profesional, el incumplimiento de nuestra palabra termina siendo
motivo de rechazo social y laboral, y en muchas ocasiones es motivo, declarado
o no, del cese de relaciones profesionales bien como empleado o como socio. De
manera inconsciente, cuando se cierra un trato verbal se hace desde la buena fe
y la confianza y se espera una respuesta acorde.
Cuando
no respetamos los compromisos establecidos emitimos diversos mensajes a
nuestros interlocutores:
- Les
demostramos que no nos importan. No nos interesan como personas, ni los
perjuicios que puedan derivarse de nuestra actitud.
- Ponemos
en evidencia que lo importante son nuestros intereses. Sólo estamos
dispuestos a colaborar si las cosas se hacen a nuestra manera y en nuestro
beneficio. Dejamos claro que no somos un equipo, sino un grupo, y que
nuestros intereses han de prevalecer por encima de los de los demás. Eso
incluye también prestación de servicios y ventas.
- En
muchas ocasiones se manifiesta una clara manipulación. Nos comprometemos
con proyectos, con actividades, con otras personas únicamente con un
interés lucrativo, que puede ser directamente económico, de reconocimiento
social o profesional, que nos abra puertas que somos incapaces de abrir
por nosotros mismos. Y una vez conseguido el objetivo, tachamos a esa
persona de no válida para el proyecto apropiándonos de su esfuerzo,
conocimientos o contactos. Esta actitud se acompaña en muchas ocasiones de
magistrales interpretaciones de víctima para justificar las acciones
realizadas.
Las
consecuencias del incumplimiento de la palabra otorgada son personal y
profesionalmente importantes. Y a pesar de vivir en una sociedad donde se
facilita el anonimato y la ausencia de responsabilidad en lo que se dice, es
necesario trabajar para dar a la palabra un sentido de valor.
Es
desde este sentido de valor desde podemos generar relaciones efectivas,
relaciones ganar-ganar para todas las partes implicadas. Contribuyendo a
establecer condiciones de desarrollo y bienestar para todos, fomentando la
asunción de la propia responsabilidad sobre nuestros actos y palabras.
Pero
la mayor incidencia del incumplimiento de los compromisos adquiridos es sobre
nosotros mismos. Cuando no realizamos aquello que hemos dicho que haríamos
generamos un bucle que nos genera pérdida de autoestima y autoconfianza,
dificultándonos la realización de aquellos compromisos que hemos adquirido
incluso con nosotros mismos. Cómo ya sabemos que los vamos a romper, no nos
esforzamos por alcanzar objetivos importantes para nosotros, dejándonos
arrastrar por una corriente de pesimismo, angustia y pensamientos negativos.
Cuando rompemos sistemáticamente los compromisos adquiridos con los demás y con
nosotros mismos, generamos un hábito en el que, de manera inconsciente se asume
que no es importante si no se cumple. No ocurre nada.
Pero
si que tiene consecuencias, estamos decepcionando a nuestro yo interior, quizás
no somos consciente, pero el estado mental y emocional que se crea nos arrastra
a problemas de comportamiento y emocionales importantes. Se inicia una rueda
inconsciente de desmotivación que nos bloquea insocnscientemente para la
consecución de objetivos y en el cumplimiento de nuevos objetivos.